Me acerqué al perro con cautela, sin saber qué esperar. Estaba claro que el perro necesitaba urgentemente comida y agua, y tal vez atención médica. Intenté ofrecerle un poco de agua, pero estaba demasiado débil para siquiera beber. El perro era demasiado flaco y sus costillas eran visibles, lo que indicaba que no había comido durante días, si no más.
Sabía que tenía que hacer algo. Rápidamente abandoné la escena y monté en un triciclo para traer algo de comida y agua para el perro. Cuando regresé, descubrí que Dayao, un compañero amante de los animales, se había unido a mí en mis esfuerzos de rescate. Juntos intentamos alimentar al perro y ofrecerle algo de consuelo.
El pequeño tenía tanta hambre que devoró la comida que le llevamos en un abrir y cerrar de ojos. Era evidente que llevaba mucho tiempo deambulando, buscando algo que comer. Observamos al perro durante algún tiempo y notamos que todavía estaba débil y no podía caminar con paso firme.
La enfermedad de la piel del perro era grave y se notaba que la padecía desde hacía bastante tiempo. No estaba claro si estaba perdido o abandonado, pero una cosa era segura: necesitaba ayuda desesperadamente.
Decidimos llevar al perro al refugio donde pudiera recibir los cuidados y atenciones adecuados. Fue un momento desgarrador cuando vimos al perro cojear hacia nosotros, demasiado débil para siquiera mantenerse en pie. Era como si hubiera perdido toda esperanza hasta que llegamos nosotros.
El viaje hasta el refugio fue largo y difícil, pero sabíamos que valía la pena. Le habíamos dado al perro una segunda oportunidad en la vida. Es sorprendente cómo un poco de bondad y compasión puede ser de gran ayuda para cambiar el destino de una criatura indefensa.
Este encuentro con el perro callejero dejó en mí un impacto duradero. Me recordó la importancia de tratar a los animales con cuidado y respeto, independientemente de sus antecedentes o circunstancias. Todos tenemos el poder de marcar la diferencia, por pequeñas que parezcan nuestras acciones.